Con los dos últimos goles logrados en Champions, Raúl González ya es el máximo goleador europeo de la historia. Y, a buen seguro, superará su marca en los próximos partidos.

Si tuviera que recurrir a una sola palabra para definir a Raúl sin duda alguna utilizaría EJEMPLO.

Siempre escuché decir a mi padre que no hay nada importante en la vida que se logre sin trabajo y sin esfuerzo. Y en ello Raúl ha sido ejemplar, pero también lo ha sido en la constancia, en la preparación diaria y en el sacrificio y la renuncia necesarios para ser un campeón. Por esas virtudes, precisamente, ha sido y es reconocido como un número uno en un deporte en el que la competencia es feroz.

Nada más acceder a la presidencia del Real Madrid consideré prioritario que recuperara el puesto de mando y el protagonismo que, por razones que no vienen al caso, le habían arrebatado con la imposición de una cultura y una filosofía impropias de la historia del Club.

Creo, sinceramente, que disfrutó mucho en esa etapa, y con la consecución de la Liga número 30, que puso fin a una sequía de tres años consecutivos sin títulos, algo que nunca acepta quien tiene alma de campeón y juega en un equipo ganador. Volvió a sentirse importante y el éxito le animó a seguir luchando y a seguir ganando, y para ello extremó su intensidad en la preparación ante la llegada de gente joven que ponía en peligro su titularidad. Pero sobre todo tuve la sensación de que su felicidad era mayor por la recuperación de unos valores y principios a los que el Club había renunciado en los años anteriores.

Nunca bajó los brazos para ponérselo difícil al entrenador de turno. Los tres que dirigieron al equipo durante mi mandato tuvieron dudas, al llegar, sobre la conveniencia de su titularidad, pero ya en el primer entrenamiento que dirigían esas dudas quedaban totalmente  disipadas. Todos coincidían en que no habían tenido a sus ordenes jugadores que, con su calidad y talento, y después de haberlo conseguido todo, tuvieran su hambre de triunfo y entrenaran con la intensidad con la que se empleaba en la preparación. Y eso era, además, clave y decisivo para el comportamiento de los más jóvenes que se sentían espoleados por su actitud.

Podía haber buscado un destino tranquilo en Estados Unidos donde la liga no tiene un alto nivel, ni en calidad, ni en número de partidos, pero ha elegido Europa. Para seguir compitiendo, para mantenerse entre los grandes. No concibe el fútbol a medio gas. Y cuando no pueda estar al máximo nivel, ni disputar los grandes títulos, lo dejará. Con la rabia y el inconformismo de los ganadores, que nunca aceptan que las cosas terminen, que haya un final.

Estoy seguro de que, haya donde vaya, seguirá siendo un acicate para sus compañeros, una garantía de éxito para su equipo y, sobre todo, un ejemplo permanente para los jóvenes que pretendan ver cumplido el sueño del triunfo.

Suerte y hasta pronto CAMPEÓN