La libertad de información
Que la libertad de información, entendida como un doble derecho, a transmitir y a recibir información, es uno de los pilares fundamentales de un estado democrático, es algo que nadie que quiera vivir en un país libre, puede cuestionar.
Pero es también una triste realidad que algunos periodistas o informadores desaprensivos, que actuan con negligencia, buscan incrementar su patrimonio, o conseguir la notoriedad que su talento no les procura, desconocen y pisotean, muy a menudo, otros derechos fundamentales de los ciudadanos, como el honor, la intimidad, o la presunción de inocencia.
Y no recuerdan, o no les interesa hacerlo, que ese derecho que pregonan y en el que se amparan obliga a informar contando la verdad y contrastando previamente el contenido de sus informaciones, sin adulterarlas o manipularlas, y que el fin nunca justifica los medios sobre todo si estos vulneran la ley.
A menudo podemos comprobar cómo las noticias se cuentan de una forma totalmente distinta en función del medio en el que se publiquen, de lo que se deduce que lo importante no es la información en sí, sino los intereses de cada cual al contarla. No es una casualidad que, en los últimos movimientos populares que se han producido en España, uno de los primeros objetivos hayan sido los periodistas, porque los ciudadanos sienten indignación ante la desvergüenza con la que algunos de ellos manipulan la verdad y la utilizan a su conveniencia. La consecuencia es el descrédito que sufren, el dramático descenso en la venta de diarios y la quiebra de las empresas propietarias de los medios de comunicación.
Lo ocurrido recientemente en Inglaterra no es un hecho aislado y, como bien apunta el periodista Juan Cruz en el artículo que reproducimos en el espacio de opinión, sería un error pensar que se trata de un problema “de otros”.
Son ya muchos los casos conocidos y notorios en los que, al amparo del derecho a informar, se han cometido tropelías y desmanes que han ensuciado de forma intolerable el honor de las personas sin que la reparación posterior pueda ya compensar el daño ocasionado. Se me dirá que para eso están los tribunales de justicia pero, siendo cierto, la realidad es que la reparación del perjuicio, una vez causado, es ya imposible. Y no solo desde el punto de vista personal en el que, cuando se “calumnia algo queda”, sino que tampoco en el aspecto material los tribunales de justicia actúan con la inmediatez y contundencia necesaria y ejemplarizante contra el causante del daño, por lo que, en muchas ocasiones, el autor encuentra rentable su comportamiento.
Lo mismo sucede con la llamada “pena de banquillo”. No solo se celebran juicios paralelos a los que se tramitan en los juzgados sino que, con la más descarada frivolidad, con absoluto desconocimiento de los hechos y de sus consecuencias jurídicas o, alterándolos de forma intencionada, se valoran, se interpretan, se anticipan las condenas y se proclama todo ello a los cuatro vientos. Y si el resultado no satisface al informador, o no es el que previó en sus interesadas informaciones, ni se da la misma cobertura a la noticia, ni se pide perdón, ni tampoco se intenta restituir el honor al perjudicado. Incluso en ocasiones, y para justificar su error, se permiten el lujo de explicar y razonar una absolución de la justicia por la utilización de un buen abogado o por la impericia de los acusadores para demostrar una culpabilidad que dieron por supuesta y que, previamente, anunciaron a bombo y platillo.
Y no hablemos de los llamados “programas del corazón” en los que las situaciones que llegan a vivirse traspasan, en ocasiones, límites inimaginables para un país civilizado y en los que, cualquier dia, vamos a vivir una tragedia en directo.
Por su bien, y el de los paises en que viven, sería muy aconsejable que los responsables de los medios de comunicación ejercieran un autocontrol sobre determinadas informaciones y eliminaran y expulsaran, de una actividad en la que trabajan tantos brillantes profesionales, a todos aquellos que la ensucian y deshonran con su falta de ética y su amoralidad.
Los medios de comunicación no tienen solución. Muchos de esos periodistas amorales son los que manejan el cotarro. Pero el lector muchas veces no busca objetividad, sino que busca lo que quiere leer. Es verdad que el lector llega a ser manipulado en ocasiones, pero también se deja manipular. Digamos que es consciente hasta cierto punto de lo que es verdad y lo que no, pero a veces la verdad no interesa tanto.
Tiene toda la razón, Sr. Calderón. El código deontológico del periodismo parece no interesar a nadie, ni tomarse en serio por nadie… Todas las prófesiones más importantes que prestan servicios de cierta importancia para la sociedad cuentan con códigos deontológicos y de conducta: médicos, abogados, periodistas, etc.
En España por desgracia tenemos un deporte al nivel de los mejores del mundo, hecho que contrasta directamente con las personas que han estado al frente del periodismo deportivo de éste país: por ejemplo Eduardo Inda.
Nadie entiende como España que ha sacado los mejores profesionales del deporte de la última década haya podido sacar al mismo tiempo los peores periodistas deportivos de la última década.
Don Ramón, ¿qué le parece que no se fiche al Kun Aguero y se quiera traer a Neymar? ¿No cree que puede pasar parecido al caso Villa en el que se acabó trayendo a Benzema?
Un saludo y Hala Madrid
No se puede decir otra cosa que BRILLANTE tu articulo de Hoy , es un fiel reflejo de la realidad que esperemos cambie algún día en este País
Gracias , desde mi punto de vista a esto se le llama Denostar con estilo , sin nombrar a nadie y con elegancia y clase ; Enhorabuena Ramón