El verdadero triunfo de la Selección española de fútbol
Con independencia de que nuestro equipo consiga el título de Campeon del Mundo -que a buen seguro logrará- es indudable que, de momento, y al igual que ocurrió hace dos años, durante la disputa de la Eurocopa en Austria, nuestros jugadores ya han obtenido un grandísimo éxito extradeportivo que merece especial atención.
Día tras día, podemos comprobar, con satisfacción, que la bandera nacional ondea y se exhibe, no solo sin miedo ni recelo alguno, sino con gran orgullo y alegría, por personas pertenecientes a todas las clases sociales y en todos los lugares de España. Incluso allí donde la utilización de la enseña nacional es objeto de un permanente debate y se utiliza como arma arrojadiza por unos y otros, es paseada y jaleada como un signo de unidad y sin que nadie cuestione su presencia. La vemos colocada en las antenas de los coches, en balcones, terrazas y establecimientos públicos; e incluso, muchas personas se envuelven en ella y se pintan la cara con sus colores.
Y no hay noticias de un solo episodio o incidente de violencia o de contestación a su exhibición y utilización.
Adicionalmente millones de personas –concretamente 13 millones en el último partido- se colocan ante el televisor y sufren, vibran, se emocionan, disfrutan y se alegran con los triunfos de unos deportistas que llevan en su pecho el escudo de nuestra nación. Y numerosas personas que no se conocen entre sí se abrazan, cantan, corean y gritan alborozados el nombre de España en los lugares públicos en los que presencian los partidos que juega nuestro equipo y posteriormente en las calles y plazas de cada ciudad. Y eso ocurre, también, en el País Vasco y en Cataluña donde, al igual que en el resto del país, nadie cuestiona estas expontáneas manifestaciones populares, ni se produce altercado alguno.
Se dice que el fútbol es un deporte que tiene tanto éxito porque en un partido se libra, contra otra ciudad o país rival, una batalla por medios civilizados. Y en cierto modo así es si se cae en la cuenta de que, en un encuentro de fútbol, se enfrentan equipos que tienen bandera, himno y escudo propios, uniformes, capitanes, ejercito -los jugadores- y un pueblo que apoya de forma incondicional a los que defienden sus colores.
Además, y al igual que sucedía en la antigüedad, los triunfos se celebran en lugares emblemáticos y simbólicos de las ciudades o países ganadores, en las que se recibe a los vencedores como a auténticos héroes.
Si es cierto que las odiosas guerras unen a los pueblos, bienvenida sea esta contienda pacífica en la que nuestro equipo de fútbol ya ha conseguido demostrar a los políticos, que tan alejados a veces parecen estar del pueblo, que sí existe un sentimiento nacional y de unidad que algunos de ellos se empeñan en cuestionar. Y que la bandera es de todos los ciudadanos, vivan donde vivan y que, también, a todos ellos, les parece un vehículo de unión y no de conflicto ni enfrentamiento.
Ramón Calderón