¿Por qué coño se mueren los buenos?
Mi hija Leticia me dio la triste noticia en Pamplona, poco antes de que empezara el último encierro de San Fermín.
Se ha muerto Eduardillo, me dijo, acaban de anunciarlo en televisión. Utilizó, con la tristeza reflejada en sus ojos, la forma coloquial y cariñosa que, en mi familia, hemos tomado prestada de una mujer extraordinaria e irrepetible-su madre- para referirnos a él.
Sabíamos desde hacía varios meses que una enfermedad “cabrona” le había invadido y que las expectativas eran malas. Pero en mi casa siempre hemos tenido la vana esperanza de que a los buenos la muerte, o no les llegue nunca o aparezca muy tarde. Y él era muy joven.
Hasta hace un tiempo solo nos encontrábamos en citas familiares, pero en los últimos años tuve la suerte de que nos viéramos en muchas ocasiones y compartiéramos momentos inolvidables. Así pude descubrir a un ser adorable y excepcional. Nunca he conocido a nadie que, con tanto poder y con su posición económica, fuera tan humilde, discreto, sencillo, cercano y, sobre todo, que irradiara tanta bondad y que disfrutara tanto viendo felices a los demás.
Nunca olvidaré que el día siguiente a mi dimisión como presidente del Real Madrid me llevó con mi mujer y mis hijos a pasar el fin de semana en Retortillo, el lugar que más quería en este mundo y donde se sentía feliz rodeado de los suyos. Allí me dió todo su cariño y más; del que se necesita en los momentos difíciles que yo estaba viviendo. Y hasta se empeñó en que siguiéramos durante varias horas a un muflón que maldita la gana que yo tenía de cazarlo. Con ello solo pretendía que olvidara lo que estaba sufriendo. Y no dudó en darse una gran paliza con el único objetivo de que yo tuviera la oportunidad de abatirlo y de liberarme de mis problemas. Hasta se enfadó un poco por no haber conseguido distraerme todo lo que le hubiera gustado.
Hablaba de todo lo suyo con la pasión de los que quieren y sienten lo que hacen y con la humildad y la sencillez de quien no da importancia a lo que consigue.
Había logrado que hasta los lobos, por los que sentía adoración, nos parecieran corderos. Milagro éste que trasladó a sus relaciones con los seres humanos. Siempre disculpó y perdonó a quienes no se portaron bien con él y no recuerdo haberle oido hablar mal ni critricar a nadie.
La última vez que nos vimos fue en mi casa, celebrando el cumpleaños de mi mujer. Cenamos las dos familias y le recuerdo exultante ante la inminente llegada a su museo del “triceratus” que, después de mucho esfuerzo, había conseguido encontrar y que iba a completar una colección de animales que había reunido con gran trabajo, dedicación y toneladas de ilusión y cariño.
El éxito en la continuidad de la obra de sus padres, enfrentado a una feroz y, a veces, desleal competencia demostró que también tenía gran talento, liderazgo y capacidad de trabajo.
Aquí, tristes y desolados, quedamos muchos pero, sobre todo, su madre Mercedes, su mujer Mamen y sus hijos Mamen, Cheleles y Eduardo una familia ejemplar que, por haber tenido la suerte de convivir con una persona excepcional, va a sentir mucho más su pérdida y ausencia.
Sé que suena a tópico decirlo cuando alguien se marcha pero !qué dificil es ser a la vez tan buen hijo, marido, padre, abuelo y amigo!
Nunca podré entender por qué coño los buenos se mueren tan pronto y hay tanto hijo de puta que no se muere nunca.
Ramón Calderón
* Eduardo Sáchez Junco era el Director de la Revista Hola.